Dos hechos recientes dan mucho que pensar sobre el futuro de la UE: la aprobación del #InformeMatic, que equipara el aborto a un derecho humano, nada menos, y tiene como objetivo hacer imposible la objeción de conciencia por parte de los trabajadores sanitarios, y la presión sin precedentes sobre el Gobierno húngaro para detener una ley contra la pedofilia y protección infantil que incluye medidas concretas contra el homoproselitismo.
Lo que se adivina en esta actitud de Bruselas es la apertura hacia la admisión de la pedofilia, ya defendida por grupos progresistas, quizás el siguiente paso en ese camino de regreso cada vez más difícil al desastre moral.
Muchos europeístas sinceros, cristianos por supuesto, pero no solo ellos, están empezando a cuestionarse si esta Europa merece la pena. Mientras tanto, se multiplican los signos de declive que, sin embargo, no parecen merecer la atención de la Comisión Europea. La deplorable gestión de la pandemia ha bajado mucho los aires de Bruselas, pero muchos europeos todavía se consuelan creyendo que habitan el centro del único paraíso que les interesa, el económico. Sin embargo, algunos datos fundamentales también refutan esta creencia y pintan un panorama que solo puede describirse como en declive: el peso de la UE en el PBI mundial ha caído del 25% al 18% en una década, entre 2008 y 2019; en 2001 había catorce empresas europeas entre las cincuenta principales, hoy solo siete, y ya no hay un solo centro financiero europeo entre los diez primeros del mundo. Tampoco hay una sola empresa europea entre las veinte más grandes, de las cuales nueve son norteamericanas y siete chinas, y podríamos seguir. Las consecuencias de este fracaso no tardarán en llegar y las más evidentes son ahora moneda corriente: solo uno de cada cuatro europeos cree que las generaciones futuras vivirán mejor que la actual, y esta desconfianza se extiende a muchos otros aspectos de la vida. Esto explica en cierta medida el declive demográfico, causa de muchos otros problemas.
La UE ya no es ni siquiera el espacio de libertad con el que muchos soñamos, ahora en virtud de la censura aplicada por la corrección política al último rincón social: el 45% de los alemanes, según una encuesta reciente del muy influyente Frankfurter Allgemeine, temen expresar sus opiniones en público, con porcentajes aún mayores cuando se trata del Islam o de sus sentimientos patrióticos. Se necesita urgentemente un giro de 180 grados para devolver un ideal europeo secuestrado y totalmente desfigurado a sus orígenes.
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