En un mundo mercantilista y utilitarista, donde resulta casi imprescindible ponerle precio a las cosas, no resulta extraño que se tienda a hacerlo con las personas.
Y, como las cosas tienen variados precios, se pretende aplicar igual criterio con los seres humanos. Pero, como ha de notarse, se incurre en un grave error en dicho intento. Porque una cosa es el precio, y otra muy distinta es el valor.
Los seres humanos, dotados de una dignidad intrínseca, no tenemos precio, sino valor. Las cosas pueden clasificarse según su precio: las hay muy baratas y de elevadísimo costo.
Con las personas no ocurre lo mismo. Por más distintas que seamos en edad raza, religión, condición económica o social, en sexo, hayamos nacido o estemos aún en el vientre de nuestra madre, etc., todas valemos lo mismo.
Más aún: hayamos sido deseados o no, seamos gestados producto de una gran historia de amor, o de un abuso. Vengamos de una familia pobre o de una pudiente. Tengamos una enfermedad congénita o deformante, o no.
Ninguna circunstancia interna o externa puede determinar que se pueda seleccionar quién debe nacer y quién no. Y eso es lo que ha hecho -y hace- la ley de legalización del aborto.
Cada día en nuestro país se decide -arbitraria y cruelmente- qué niño debe nacer y cuál no. Se asigna, así, más valor a un ser humano por encima de otro. Y, de esta manera, cosificamos a las personas, poniéndolas en pie de igualdad con los bienes que se encuentran en el comercio.
Porque el aborto es mucho más que una práctica asesina, es la muestra más acabada del retroceso de la Humanidad.
A propósito del intento de aborto forzado a una niña wichi en Salta.
Por Carlota Lopez: Abogada, Ex Pte. y fundadora de Abogados Por La Vida Santa Fe, Directora de Sembrando Valores. Coord. Abogados ACIERA.
~ Texto publicado originalmente aquí: Instagram de la autora.
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